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Aprovechando mi aparición en Antena 3 hablando de las joyas que lucían las invitadas más relevantes al funeral de la Reina Isabel II, comenzamos este primer post del nuevo blog de TheWhiteOffice. Nuestro amor por la joyería, y la relojería tanto a nivel profesional como personal y el acontecimiento del siglo, la desaparición de la mujer que hizo, entre otras cosas, que las joyas subieran escalones hasta el infinito en el conocimiento popular, han resuelto la ecuación del tema: La Reina Isabel II y sus magníficas joyas.
Joyas con alma, con significado, con un puesto en la historia, que ella sabiamente utilizaba para enviar mensajes de agradecimiento o de respeto.
Necesitaríamos muchas páginas para describir cada una de las obras de arte que la reina poseía, bien personalmente o bien porque pertenecieran a la Corona, pero aquí hay que ser breve.
Me quedaré con una anécdota de la Reina y os diré qué pieza es la que me quedaría para mí, aunque Camilla Parker y Kate Middleton estén primero.
La anécdota de la Reina explicando con sencillez casi inocente a un periodista como quitaron las impurezas al diamante Cullinan de 3106 quilates (un puño bien grande). Al darle el golpe de corte, sobraron unos chips, según ella “¿ves?, estos son” señalándose dos espectaculares gemas montadas en un broche sobre su vestido azul Klein. “Me habría gustado mucho ver el proceso” añadió…
El broche regalado por la Reina María de Teck, su abuela, posiblemente sea el más valorado del mundo, unos 50 millones de libras, aunque sea su valor histórico lo que le hace imbatible. ¡Unos chips de diamantes de 158 quilates!
¿Y cuál mi preferida? No voy a ser original, el collar de la Coronación, menos, es más.
25 diamantes enormes en un collar riviére rematado con el diamante Lahore, una talla pera de 22 quilates y medio. Siempre me impresionó su brillo en los documentales en blanco y negro.
Está claro que los diamantes grandes son mucho más interesantes.